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Escuela de calor

  • Foto del escritor: Luis Vilchez
    Luis Vilchez
  • 13 ene
  • 4 Min. de lectura

Durante mi época escolar, el verano no siempre fue sinónimo de descanso pleno, verano y diversión. Era usual que al terminar el año escolar desaprobara algún curso vinculado con los números y/o las ciencias; eso se traducía en un enero y febrero dedicados al estudio. Por lo escuchado en una que otra reunión de fin de año, las nuevas generaciones con problemas escolares tienen una suerte muy distinta.


“Juan Carlitos no aprobó matemáticas y va a tener que rendir la materia el próximo año”, nos confesaba una vieja amiga al grupete de excompañeros de trabajo, en una reunión de fin de año en un bar terraza de Palermo. Según contaba mi amiga, el adolescente en cuestión está cursando el primer año del secundario en un colegio de esos muy caros de la Capital Federal. Yo escuchaba atentamente mientras tomaba un fernet. “Hablé con el colegio para que le adelanten el examen porque ya tengo los pasajes para irnos a Brasil y me dijeron que la fecha era inamovible. Así que ya lo dará luego… no sé, en mayo”, dijo muy risueña.  Dentro de mi extrema inocencia, formulé una pregunta: “¿Y si se queda a estudiar y rinde el examen?” Muchos me miraron con los ojos muy abiertos y la madre de Juan Carlitos me dijo algo que me sorprendió: “Es imposible. “Tengo pasajes comprados y mi hijo tiene que descansar, tuvo un año horrible, necesita despejarse”, respondió mientras que otros se mostraban conforme con la posición de mi rubia amiga.


Cuando terminó la reunión, decidí caminar hasta casa. Si bien las madrugadas de este peculiar verano argentino son bastante frescas, las ocho cuadras que hay hasta mi casa me parecieron pocas y así de paso podría pensar sobre eso que me quedó dando vuelta en la cabeza: cómo los padres de hoy manejan el tema educativo de sus hijos.


Durante mi etapa escolar disfrutaba de los cursos como literatura, historia y geografía; mi pesadilla eran matemáticas, álgebra, trigonometría, física y química. Mi poco afecto por los números y las ciencias se fue acentuando durante el secundario. Así como los clásicos de Navidad son “Mi Pobre Angelito” y “Milagro en la calle 34”, en mi casa algo típico de fin de año era mi libreta de calificaciones con unos números en un rojo furioso de los cursos mencionados.


Es cierto, no todos los fines de año eran así, pero cuando mis calificaciones hacían un tributo al color del traje de Papá Noel, regalo y vacaciones eran palabras que no figuraban en mi diccionario. Eso y que iba a ser uno de los abonados VIP de algo, que según averigüé ya no existe, llamado vacaciones útiles. En Perú de los 90, si no habías aprobado un curso, tenías como “premio” el asistir a una escuela de verano en la que te preparaban para rendir el examen en marzo de la materia o materias que habías desaprobado el año anterior. Los días de calor pegajoso se combinaban con cuadernos cuadriculados llenos de ecuaciones, fórmulas del hidróxido de sodio y el Teorema de Descartes.


Mientras caminaba, busqué en mi celular el término “vacaciones útiles en Argentina” y no aparecía nada; ningún colegio o academia ofrecía cursos durante el verano. ¿Seguirá existiendo en Perú? Ni bien llegué a casa, le escribí a un buen amigo de Lima, del que soy padrino de una de sus hijas, y le pregunté si aún existían esos cursos de verano para alumnos que no habían tenido un buen desempeño y me contestó con un rotundo no. “Los colegios han cambiado mucho, ya no califican de 0 al 20, ahora son con letras o con frases como ‘en progreso’, ‘está afianzando conocimientos’. Solo me limitó a pagar y ni siquiera quiero averiguar en qué consisten todas esas frases. No es como en nuestro tiempo que nuestros viejos veían un 9 en rojo y nos caía un correazo (cintazo) como previa al castigo mayor”.


Si bien hoy muchos de los militantes de las “nuevas tendencias” critican esas formas ortodoxas, esa metodología hizo que esa generación, a la que los jóvenes de hoy despectivamente llaman “viejos meados”, tenga desarrollado el sentido de la responsabilidad. A aquella generación de los 90, las vacaciones útiles también nos enseñaron a asumir las consecuencias de no haber estudiado durante todo el año, o de no haber pedido ayuda cuando veía que, a pesar de estudiar, el aprobado nos era esquivo.


Desde hace un par de años veo en medios de varias partes del mundo que los encargados de Recursos Humanos se quejan de la alta rotación de los jóvenes, que muchos de ellos permanecen en las empresas a lo mucho un año y medio. ¿Tendrá que ver esto con esa exigencia tan light con la que muchos padres abordan el desempeño escolar con sus hijos?


¿Y cómo andamos por casa? Mis dos hijos aprobaron de manera óptima sus respectivos grados. A ellos también los califican con esas frases que parecen sacadas de un libro de autoayuda. Lo cierto es que uno de ellos, el que pasa a cuarto grado de primaria, no entiende muy bien la lógica para resolver problemas de matemática. Es por eso que, junto a mi esposa, decidimos que, una vez que haya terminado la colonia de vacaciones, a fines de enero, una maestra particular afianzará el tema de números.


No sería mala idea que Juan Carlitos lleve los libros de matemáticas a Ipanema para que, en el momento de placer extremo vacacional, sepa que tiene algo pendiente a 2600 kilómetros.

 
 
 

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